domingo, 13 de enero de 2008

Cumplimos con Alegría lo que Jesús nos encomendó

Hay que tener en cuenta la calidad del testimonio que los apóstoles dieron, porque -por ejemplo- en el caso de Pedro, que en principio lo negó para no ser crucificado, terminó -por dar testimonio- crucificado cabeza para abajo, lo que pidió el mismo para no tener la misma dignidad de Jesús. El caso de su hermano Andrés, que murió crucificado en una cruz en forma de X, lo cual producía una muerte lenta de varios días y mientras tanto él aprovechó a anunciar a Jesús resucitado a todos los curiosos que se acercaban. El caso de Saulo, que era un fariseo que había pedido ser el encargado de matar a los discípulos. Cuando encontró el lugar en Damasco donde se encontraban fue inmediatamente y en medio del camino se le apareció Jesús resucitado y le preguntó "¿Por qué me persigues?" Poniéndose Él como cabeza de la Iglesia, allí Saulo quedó ciego y pidió ser conducido con los cristianos pero para convertirse recibiendo el bautismo tomando por nuevo nombre Pablo. San Pablo luego dio testimonio por todo el mundo y también terminó muerto, pero como era ciudadano romano tuvo un privilegio: le cortaron la cabeza, siendo una muerte rápida. Esta es la calidad de testigos que tenemos, que se ha repetido a lo largo de la historia con muchísimos santos y mártires.

Lo mismo nosotros al ser miembros de la Iglesia, no esperamos ser testigos semejantes, pero sí que pongamos nuestra parte ¿cierto? Decirles a nuestros hijos que tenemos a Jesús en nuestro corazón, decirles por que lo seguimos, no es simplemente el acto del bautismo, sino que toda nuestra vida que tengamos por delante tenemos que mostrar quién es Jesús para nosotros. Tenemos que buscar nosotros también de conocerlo más, nunca podemos decir que ya lo conocemos del todo, que ya estamos convertidos del todo, siempre tenemos la posibilidad de crecer más y más en la fe, la esperanza y la caridad. Tenemos el compromiso de Cristo, que actúa en la Iglesia especialmente a través de los sacramentos. En el Bautismo nos da la gracia para hacer trascendente nuestra vida, en la Eucaristía nos alimenta durante el camino. En fin, en cada sacramento encontramos la renovación y la fuerza necesaria para ser "otros cristos", especialmente para nuestras familias.

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